jueves, 16 de diciembre de 2010

The change


Yo soy, y soy de muchas maneras. Me defino y ese es mi autoconcepto. Yo tengo cierto ideal de cómo quiero ser. Lo comparo con lo que soy… ¿Y entonces qué pasa? Depende de lo que se parezcan lo que soy y lo que quiero ser. Cuanto más parecidos sean, mayor será mi autoestima. También depende de cómo me percibo, si por ejemplo me he fijado solamente en ciertos aspectos negativos me costará más alcanzar mi ideal de perfección. Si mi ideal es muy exigente, la distancia entre el ideal y lo que yo soy crecerá exponencialmente y de manera inversa a mi autoestima.

Cuando estás a disgusto con lo que eres sueles sentirte culpable, sin tener en cuenta, que tus aspectos son sólo hábitos (más o menos consolidados, pero hábitos).
Una posibilidad es pensar que esa es tu forma de ser, pero considerar lo que eres como algo inamovible solo dificultará un posible cambio.

Un breve comentario de Jorge Bucay (en uno de sus libros, si no recuerdo mal) fue el siguiente (intentaré transmitirlo lo más fielmente posible):
“Te voy a pedir que te cruces de brazos. Como puedes observar, cruzas un brazo por encima del otro… Si estuvieras en grupo, podrías ver que no todos cruzáis el mismo brazo por encima. Ahora intenta cruzarlos a la inversa, el que estaba por debajo encima del otro. Comprobarás que te cuesta más, porque romper un hábito es costoso… pero si sigues durante un rato con los brazos cruzados de este modo vas a ver cómo ya no te resulta tan extraño…”

Culparse por un hábito que no te beneficia. Es tan útil como culparse por cruzar los brazos de una manera u otra. Y además no te ayuda a cambiarlo. De hecho provoca el efecto contrario. Es importante darse tiempo, no forzarse al cambio porque precisamente es cuando no se va a producir. Esos aspectos pueden estar provocados por una situación en concreto y como tal se pueden cambiar… pero también se pueden aceptar como una reacción normal teniendo en cuenta la situación en la que estoy. Liberando de presión todo vuelve a fluir un poco más

Una manera de cambiar los aspectos que te disgustan podría ser comportarse justo de la manera que quieres ser, porque acabarás cambiando y volviéndote de esa manera para romper la disonancia que se ha creado entre lo nuevo que estás haciendo y lo que tú piensas que eres. De este modo te identificarás con lo que estás haciendo, adoptando lo nuevo como hábito.
Esto tiene su reverso oscuro de la fuerza, ya que como uno tiende a identificarse con lo que hace, puede llegar a considerarse menos valioso después de un fracaso. Realmente vales intrínsecamente, no por lo que haces. Aunque te definan, tú no vales lo que valgan tus acciones (además de que ese valor es relativo: un fracaso para ti puede ser considerado un logro para tu vecino).

Volviendo a la autoestima, también suele decrecer cuando te defines en pocos entornos. No es lo mismo definirte como estudiante y amigo que como estudiante, amigo, pintor, pareja, escritor, cinéfilo… Cuantas menos definiciones de ti mismo tienes más te va a afectar que una de ellas falle y más te va a costar cambiar una de ellas o compensarla con otra, porque para ti esa en concreto tiene mucho peso para tu propia definición.
Esta es una de las causas por las que la depresión, al aislar a la persona en dicho estado, baja la autoestima que da gusto. Por eso, y por el propio bienestar en general, es bueno darle a la autoestima la importancia que se merece.

Y por si quieres leer más:
-Inteligencia emocional para jóvenes (Antonio Galindo)
-Tus zonas erróneas (Dyer)
-Autoestima, Guías de intervención en Psicología Clínica (Marisol Mora, Rosa Mª Raich)
-Un manual de psicología social tampoco está de más todo en esto.