sábado, 23 de febrero de 2013

¿Por qué a estas alturas de la vida sigue habiendo prejuicios?


Tarantino me dejó fascinada con el discurso del Coronel Hans Landa en “Malditos Bastardos”. Me pareció que no podía expresar mejor las raíces de un prejuicio y cómo éste puede llegar a parasitar una mente humana:


Hans Landa: Verá, si tuviera que decidir qué atributo comparte el pueblo alemán con un animal diría que el instinto de un halcón depredador. Pero si me preguntan, diría que los judíos comparten los atributos de la rata. El Führer y la propaganda de Goebbels dicen prácticamente lo mismo pero nuestras conclusiones difieren en que yo no lo considero un insulto. Imagine por un momento el mundo en el que vive la rata: un mundo hostil, es cierto. Si entrara una rata correteando por esa puerta, ¿la recibiría con hostilidad?
LaPadite: Supongo que sí.

Hans Landa: ¿Alguna rata le ha hecho algo para despertar esa animadversión en usted?

LaPadite: Propagan enfermedades. Y te muerden.

Hans Landa: Las ratas causaron la peste bubónica, pero hace mucho tiempo. Piense una cosa: Cualquier enfermedad que propague una rata, una ardilla también puede. ¿Está de acuerdo?

LaPadite: Oui.

Hans Landa: En cambio, las ardillas no le producen la misma animadversión que las ratas. ¿O sí?

LaPadite: No.

Hans Landa: Todos son roedores. Y salvo por la cola, incluso se parecen, ¿no?

LaPadite: Una reflexión interesante, Coronel.

Hans Landa: Pero por muy interesante que la reflexión pueda ser, no influye ni lo más mínimo en lo que siento. Si una rata entrase aquí mientras charlamos, ¿le ofrecería un delicioso vaso de leche?

LaPadite: Seguramente no.

Hans Landa: Lo imaginaba. No le gustan, aunque no sabe por qué no le gustan. Sólo sabe que le repugnan.


¿Es un ser cruelmente despiadado el personaje de Hans Landa? Sí, pero no es en lo que me quiero centrar. Un prejuicio es algo muy emocional e irracional que, como decía el Coronel, si está bien instaurado es difícil de modificar con una reflexión.

Prejuicios tenemos todos, en mayor o menor medida y muchas veces sin ser conscientes de que los tenemos. ¿Pero por qué los tenemos? Porque en el fondo nos protegen de lo desconocido y lo peligroso. En ocasiones nos asusta relacionarnos con alguien porque es diferente, porque no le conocemos demasiado bien, o socialmente no tiene muy buena fama. Incluso por las tres cosas.

Esto es de perogrullo, pero nuestro miedo a los que no conocemos no debería servirnos nunca como excusa para discriminar a determinados grupos o para darles menos oportunidades. Bien es cierto que un prejuicio es prácticamente inocuo cuando se encuentra individualmente. Si tu vecino tiene un prejuicio hacia ti, que eres musulmán, como mucho te hará algún desplante de vez en cuando. Algo con lo que puedes convivir perfectamente. El problema está cuando el prejuicio aparece en grupos de personas, que pueden llevar a cabo acciones devastadoras sombreadas por el miedo. Sin duda, un claro ejemplo de estas acciones grupales fue el Holocausto.

Es importante saber que un prejuicio pocas veces se aproxima a la realidad, porque esta es muy variada. Aunque sí que puede acabar condicionándola. Cuando no se espera mucho de una persona, al final tiende a ser de esa manera que describe el prejuicio y eso sirve de justificación a los propietarios del mismo.