En momentos en los que nos molesta que un hecho, una circunstancia – o una persona – exista, es bonito recordar que lo que piensas en ese momento no es lo que hay ahí fuera, es sólo una interpretación basada en lo que piensas de ello.
Sería recomendable no olvidar que algún día ni siquiera podías representar en tu interior todo lo que te rodeaba. Podías sentir a los objetos y las personas. Podías verlos, tocarlos, olerlos o lo que fuera, pero no llegabas a procesarlos ni a recordarlos cuando desaparecían de tu vista. Si estabas jugando con tu balón y te lo guardaban en un armario, para ti el balón dejaba de existir, puesto que no lo veías.
Sí, probablemente eras un ser adorable, pero eras muy pobre de pensamiento. Y precisamente por esta pobreza de pensamiento ni siquiera puedes recordar que esto te ha ocurrido.
Ahora ya has crecido. Ahora representas en tu mente lo que ves, oyes, tocas, chuperreteas y hueles. Incluso lo interpretas, le das un significado. Y no hace falta que esté delante de tus narices, solo tienes que recordarlo. Ahora puedes recordarlo. Si te lo ocultan ya no es un impedimento para que sepas que existe.
En estos momentos el problema estriba en que a pesar de estar oculto, lo que quieres que desaparezca de tu vista permanece en tu mente. Aunque sí, ahora mismo también eres más mayor y sabes que si no está a la vista, no tienes porqué continuar pensando en ello. Que ya son ganas de hacer doble el sufrimiento: cuando vivas la situación y cuando no la vivas pero te la recuerdes.
Y sí, cuando la vives puede que lo pases mal, pero cierto es que además de la capacidad de pensar en lo que vives, también se te concedió la capacidad de cambiar lo que piensas. Ahí queda eso.